Una jornada laboral extensa. Una semana en la que el trabajo obliga a descansar poco y a entregarse por entero a las responsabilidades de la vida. No obstante y, muy afortunadamente, se llega el fin de semana. Aquel montículo de trabajo queda ahí, en el lugar de trabajo; y el descanso, ahora, es una realidad.

 

Es viernes. Viernes bonito, delicioso. Esas noches de los viernes te hacen sentir poderoso, casi celestial. Además, puedes más que descansar. Puedes ofrecer a tu cuerpo el placer en bruto, la majestuosidad del sexo y sus incontables beneficios. Es entonces cuando llamas a tu pareja, le saludas, le incitas a comer. Preparas toda una velada romántica. Esta última parte la dejamos a tu imaginación, así que puede ser en un hotel de lujo, en una cabaña en las afueras de la ciudad, en un campamento (¿por qué no?), o en tu propia casa. El caso es que preparas, como íbamos diciendo, un momento con el cual aspiras sorprenderle, seducirle; desprenderte, a lo sumo, de todo aquello que, durante toda esa semana, te distrajo del verdadero gusto vital / humano o, en su defecto, del gusto contemplativo del amor. Pero bueno, digamos que sí, que todo se te da bien, que pinta todo a pedir de boca. Digamos que tal comida – finalmente –  queda riquísima, y que aquella bebida (sea vino, sangría, lo que prefieras) ya ha hecho su tarea de relajarlos a ambos. De fondo suena una de sus canciones favoritas, la luz de la vela que decidiste encender cumple también con el objetivo de volver más candente tal escenario. Así que, sin reparo alguno, le vas acariciando conforme dicho disco suena; le tomas el rostro con delicadeza y pasión a la vez; le seduces con susurros y suspiros; con caricias calientes y sutiles; con la humedad de tu lengua, que va descendiendo de a poco. Los labios de tu pareja comienzan a abrirse, sus dientes asoman, muerden; su boca completa se torna agua. Sobreviene aquello, aquel acto deleitable y juguetón de succionar, lamer, recorrer el todo; ese cuerpo, esa carne merecedora de ser explorada, deseada, penetrada. Y ahora sigues tú. Te arrojan al sofá y te prueban de pies a cabeza, cual caramelo irresistible. Te besan, te mordisquean el cuello; te lamen todo, absolutamente todo. Ahí vienen… Se abren sus piernas; juegan a que sí y a que no y a ti, eso, te va volviendo loco. Finalmente… ¡Saz! Le sientes en ti; sube y baja lentamente; luego más rápido, con mayor excitación… Pero no… ¡Espera! Algo no está bien. “Lo siento mucho, no entiendo por qué me pasa esto. Te juro que intenté contenerme.” Pronuncias, seguido de un suspiro enorme, casi infinito, desconsolado.

 

Sí. Puede haberte ocurrido o sucederte en cualquier momento. Y queremos que sepas y entiendas que es una situación normal. La eyaculación precoz (así se le denomina) no debe ser sinónimo de vergüenza y mucho menos de “falta de hombría”. Es, por el contrario, algo que pasa con más frecuencia de la que crees y que, para tu tranquilidad, tiene solución. Ésta, según estudios ya patentados por urólogos, sexólogos y terapeutas especializados en el tema, se divide en dos partes esenciales. La primera es la parte cognitiva, en la cual se hace énfasis en la modificación del pensamiento del paciente o afectado. La segunda es la parte práctica o conductual, en la cual y, más específicamente, se recomienda la realización de los ejercicios de Kagel; se solicita al paciente la identificación del músculo PG, ése que permite retraer o no la orina, a través de la contracción del mismo unas cien veces, tres veces al día (valga la redundancia), durante una semana. Ambas son imprescindibles para el desarrollo adecuado del tratamiento. Así mismo, permiten la disminución de la ansiedad sexual, discernir entre esos tiempos de el no retorno o eyaculación inminente, mayor control y consciencia del acto sexual. Pero en pareja también se realizan una serie de ejercicios que consisten, primeramente, en relajarte, tumbarte en la cama y permitirle a tu pareja que te masturbe y, si así prefieres, que te haga sexo oral. Este acto se repite tres veces más. Además, debes concretar un gesto de alarma, sea con la mano o con alguna palabra, con el que expreses, de uno a diez, tu nivel de excitación (debe ser entre ocho y nueve). Cuando sientas que llegas a dicho nivel, avisas, y tu pareja debe presionar el frenillo del pene con sus dedos índice, corazón y pulgar, permitiendo así una relajación en el miembro y disminución eréctil. Posteriormente, cuando se llegue a la repetición número cuatro, tu pareja, esta vez, va a permitirte eyacular y darte al orgasmo. Pero y, muy importante, luego de esto se te recomienda hacer sexo oral o lo que quieras a tu pareja para que así se incremente la pasión y el compartir entre ambos.

 

Sumado a lo anterior, queremos recordarte que, si éste es tu caso, debes consultar a un especialista que te oriente y haga un diagnóstico correcto; pues los datos que acá te damos son meramente informativos y cada persona funciona de un modo distinto. También es importante que tengas presente que factores como la inseguridad, la falta de autoestima y el hecho de centrarte solamente en el placer de tu pareja forman parte de este dilema que, sabemos, te afecta o puede afectarte sobremanera. Por ello, la comunicación no debe cerrarse jamás; debes tener la confianza de contar lo que sientes, lo que te sucede y, por consiguiente, buscar ayuda, tanto psicológica como médica.

 

¡Deja el miedo! ¡Ya no estamos para esas cosas!

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