“El placer no es sino la felicidad de una parte del cuerpo.”

Joseph Antoine René Joubert

 

 

En la Biblia; más específicamente, en el Génesis, se habla de aquella creación suprema con cuerpo masculino, de cuya costilla (no se sabe a ciencia cierta si la derecha o la izquierda), emergió Eva, otro ser supremo, divino y encantador por naturaleza. A esto, por tanto, se le ha tomado, generación tras generación, más que como narrativa fantástica / mitológica, como razón de ser de la sexualidad misma, desdeñando así – un poco – el concepto de lo biológico y lo fisiológico. La religión ha sido, entonces, el encause más factible hacia el cual la humanidad opta por irse y con el cual, también, opta por definir un término tan superfluo (en realidad no lo es) como “sexualidad”. Esta última palabra, según la RAE, es “apetito sexualpropensión al placer carnal; una definición, digamos, no religiosamente aceptada pero que, de algún modo, semeja ese acto banal que Adán y Eva ejecutaron, siendo presas ambos de las monstruosas intenciones de una serpiente. Sí. Eran seres humanos. Eran seres vivos, sexuados; dotados de deseo mutuo (tampoco había más alternativa). Pero, ¿y si la biología se hubiese equivocado? ¿Si Adán y Eva o alguno de los dos hubiese sido asexual, demisexual o fraisexual? A lo mejor no estaría yo escribiendo esto. No existirían más que animales (suponiendo que los dos primeros sí hubiesen sido normalmente sexuales), felices de que ese Adán o esa Eva no hubiesen podido más que estarse ahí, en sí mismos, parlando respecto al brillo de las estrellas, la fuerza de la lluvia, o el aroma del pasto. Seguramente se la habrían pasando comiendo especias, frutos secos, cazando de vez en cuando y, al cabo, hubiesen perecido con su sexo intacto, puro, tal como la iglesia predica debemos permanecer: puros. Pero bueno. Estamos acá. Adán y Eva fueron pecadores, tanto o más que nosotros. No sabemos si se acariciaron, si jugaron antes de la penetración; si se besaron cariñosamente y apasionadamente; o si se dijeron, el uno al otro, palabras de amor o fogosas, de ésas que estremecen y erizan la piel. Sólo sabemos que cayeron en las garras de la tentación; de una tentación que, a día de hoy, sabemos (o eso debemos comprender), forma parte de un campo tan bello como la biología. Es ésta de quien dependen nuestros cuerpos para sentir lo que se denomina “atracción sexual”.

 

En relación con lo previamente expuesto, se han realizado estudios científicos de los cuales no se han obtenido, hasta ahora, resultados exactos o concretos que den cuenta de ese algo que nos convierte en seres sexuales, asexuales, etc. Por lo tanto, es válido también conjeturar que la sexualidad es campo de estudio de la piscología, la sociología y la cultura; pues es a través de estas áreas que se complementa y da corporeidad a la identidad y al sentir que deviene de esa identidad. La asexualidad, por ejemplo, para lo biológico, es la falta de sexualidad, o sea, falta de atracción sexual, vista también en plantas y animales; mas, psicosocialmente hablando, es una especie de rebeldía ante la expansión de lo sexual; ese agotamiento, físico y emocional, que surge a raíz de ello. Así mismo funcionan, en ambos sentidos, biológico y psicosocial, la demisexualidad (atracción sexual que se da solamente cuando se establece un vínculo amoroso fuerte) y la fraisexualidad (atracción sexual dada sólo cuando apenas se conoce a una persona; si se conoce más a fondo, se pierde dicha atracción). Como podemos ver (o leer), estos tres términos se relacionan inevitablemente con lo fisiológico y lo social; es permitido definirles como estados (por así decir) que vienen, a su vez, ligados al funcionamiento del cerebro, del cuerpo y, finalmente, de cada órgano sexual. Y también, como ya se señaló, puede verse como un acto de contrariedad para con todo aquello que, como seres sociales sintientes y sensibles, nos genera molestia e incomodidad. Sin embargo, y no está de más enunciarlo, todo esto; absolutamente todo, conforma el concepto sexualidad en sentido general, de tal forma que nos sintamos en la libertad de ser y actuar como realmente nos nazca (o nos dicten nuestros sentidos naturales).

 

En suma, el sexo no es la única vertiente de felicidad en la que se deba basar la vida. Sexuados, asexuales o no, tenemos la opción de experimentar de infinitud de maneras. Podemos, aunque suene insignificante, jugar con el sentido del tacto, sentir la piel propia o del otro, jugar a ser lo que se es y jugar a sentir lo que se quiere sentir. Podemos disfrutar de la sexualidad sin practicar del sexo en sí. La sexualidad somos nosotros mismos. Y sí, es una idea un poco fuera de contexto, pero en este mundo, vasto en perspectivas, colores, formas, texturas, etc., ¿por qué no es posible aceptar dicha noción, sentirnos satisfechos con nosotros mismos, con lo que, una vez más, somos y sentimos?

 

 

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