Según el padre del psicoanálisis, el fetichismo es una parafilia en la que el “objeto sexual normal es sustituido por otro que puede cumplir con el fin “sexual normal”. Esto es, en definitiva, la sustitución de ese algo (persona u objeto) que, normalmente, funciona como detonante de la excitación y el deseo sexual. Esta parafilia, tal como Freud indica, puede desencadenar en patología “cuando el deseo hacia el fetiche se fija dejando a un lado el fin moral, determinando así el objeto de fetiche como un fin sexual”. No obstante, es totalmente normal y más común de lo que se cree sentirse atraído(a) o excitado(a) ante estímulos visuales, palpables o auditivos. La textura del cuero, por ejemplo. El color negro, el brillo de una prenda en satín, zapatos altos, taches, correas, chaquetas con bolsillos no convencionales; partes del cuerpo como los pies, los dedos, los glúteos, la espalda, las manos, los labios, etc. Todos éstos y muchos otros que no se mencionan forman parte de esta bandada tan interesante llamada “fetichismo”. Funcionan como elementos conductuales, no como causa directa (valga aclarar); pues dicha causa, así como el autor referente del presente artículo señala, radica en pulsiones reprimidas dadas durante la infancia. Pero ahondar en esto no nos compete, al menos por ahora. En cambio, se nos hace urgente mencionar que, dentro de todas las parafilias existentes, se halla – precisamente – una muy frecuente e interesante y con la que, tal vez, puedes también identificarte. Se trata, nada más y nada menos, que de la melolagnia, que consiste en la excitación o suscitación de deseo a través de la voz o la música. Ésa que a lo mejor ha pretendido generar (consciente o inconscientemente) la banda de metal industrial Rammstein con su voz grave, instrumentos musicales tocados distorsianadamente y con sus contenidos, muchas veces, eróticos. “Du riechst so gut (hueles tan bien), dice en una de sus canciones y semeja, en su respectivo video, este acto tan banal (el del olfato) con el accionar instintivo de los lobos, en quienes, a su vez, termina por convertirse el hombre, fiel ser vivo de la perversión y la carnalidad, y con el que, a la larga, alude al gusto por el aroma del cuerpo; la sangre propia de la mujer y su habilidad para seducir. O en su canción “Deutschland (Alemania)”, aunque habla de ese sentimiento contradictorio que deja el antecedente histórico del país a sus habitantes, la voz del cantante deja una estela de lascivia a la que el espectador no puede ser indiferente y más aún si desconoce o no habla el idioma alemán. Es un grupo musical voraz que hace aún más eminente la necesidad de jugar y entretener los sentidos, en este caso, con sonidos totalmente experimentales que harían erosionar sin complicación alguna al magnánimo Nevado del Ruíz.

 

También, la melolagnia es representada dentro de la mitología griega con la obra poética “La Odisea”, cuando Ulises y sus compañeros de aventura llegan a la Isla de las Sirenas, una isla peligrosa y que dispone de total poder (el canto de las sirenas) para encantar a todo hombre que por allí se cruce. Y así, como este relato y las composiciones musicales de Rammstein, hay muchas otras obras que nutren nuestra imaginación, nuestros ojos y cuerpo en general. Podemos considerarles como artificios del sexo, que logran, dentro del marco de lo “normal” (no patológico), convertir la fusión corporal en un motivo más de goce y conocimiento. Porque esto también es aprendizaje. El saber qué es lo que nos gusta; nombrarle a eso extraño como se debe, sin temor, sin pudor; sabiendo, ante todo, que es un plus que nos da la naturaleza a todos los seres vivos, sintientes, capaces de decantar placer desde el más minúsculo hasta el más significante objeto.

 

De todos modos y, teniendo como base lo anteriormente expuesto, no sobra dar ciertas recomendaciones y recalcar la importancia de tener calidad de vida. Tener la capacidad de reconocer cuándo un simple fetiche puede llegar a volcar nuestras vidas; cuándo afecta nuestro deseo sexual normal y se concentra, únicamente, en ese tache puntiagudo sensación rock star; o en esa punta de tacón cuadrado que emana elegancia y seducción; o en esas manos con dedos largos, delicados, de uñas anchas, que evocan escenas tan particulares como el funcionamiento del cerebro mismo. Tener calidad de vida es cuidar de sí; permitirse innovar en la cama, en el baño, en la cocina, en un espacio público; adicionando un par de esposas, un disfraz determinado, una pluma, un látigo, todo aquello que se nos haga interesante para poner la cosa más picante; pero que no sea el fetiche, insistimos, el protagonista de la película y el que, igualmente, termine por transformar todo en un torbellino de incomodidades, preocupaciones y falencias, por tanto, de tipo social y psicológico.

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