Según la Organización Mundial de la Salud el embarazo precoz o embarazo adolescente, es aquel que se produce cuando una mujer se encuentra en la etapa de la pubertad, se estima entre los 10 y los 18 años, es decir, cuando ni la mente, ni el cuerpo de la mujer estan preparados para ello.

Obviamente son embarazos no planificados ni deseados y se producen mayormente en aquellos países donde existe mayor pobreza, se generan desplazamientos o situaciones de conflicto y ocurren por múltiples razones, entre ellas, por, violación o explotación sexual. Eso quiere decir que muchas niñas y adolescentes en el mundo están teniendo relaciones sexuales a muy temprana edad y sin ningún tipo de protección por parte de los estados.

Otra de las razones para que esto ocurra es la baja educación de las niñas y la poca información que tienen sobre los métodos de planificación familiar, pues la niña, al ser una persona con pocos recursos, esta situación profundiza su situación al quedar embarazada y se entra en un círculo vicioso de pobreza, lo que las exponen a las redes de prostitución y la trata de personas.

También, en muchos lugares del mundo, las adolescentes no tienen un fácil acceso a los métodos anticonceptivos. Incluso, cuando pueden obtenerlos, no cuentan con los medios o los recursos para pagarlos, así como el desconocimiento sobre dónde conseguirlos y cómo usarlos correctamente.

Aunque la mayoría de las niñas y adolescentes no planean embarazarse, algunas toman la decisión voluntaria y consciente de quedar en embarazo, ello debido a que sus perspectivas educativas y laborales son escasas o porque quieren salir de sus casas y sus entornos sociales, culturales, educativos o familiares.

El embarazo en la adolescencia es un fenómeno mundial que conlleva graves consecuencias médicas, sociales y económicas.

En primer lugar, estos embarazos tienen enormes riesgos sobre la salud física, tanto de la madre, como del bebé que está en camino, tales como mala nutrición, partos prematuros, niños con problemas de peso y desarrollo o malformaciones e incluso un alto porcentaje de probabilidad de morir.

Las mujeres a esas edades tienen un mayor riesgo de padecer hipertensión arterial, preeclampsia o eclampsia, de tener abortos clandestinos o de contagio con enfermedades de transmisión sexual.

Pero las consecuencias no son solo físicas, pues la mayoría de las mujeres que se definen en madres tan jóvenes también deben luchar con secuelas psicológicas como el estrés, la depresión, el rechazo, la inseguridad, la vergüenza o el trauma.

Muchas madres adolescentes se ven obligadas a abandonar sus estudios para cuidar su embarazo y después a su bebé y ello trae como resultado el atraso escolar o que posiblemente jamás terminen la secundaria y en muchos casos, están condenadas a ocupar empleos informales y de poca remuneración, lo que genera explotación laboral.

Es deber de los estados prevenir el embarazo adolescente y esto se consigue a través de la prevención, la educación, la creación de programas en salud pública y el acceso y concientización de los distintos métodos anticonceptivos.

El embarazo infantil y juvenil no sólo amenaza la vida la salud de las niñas y las jóvenes, sino que destruye también sus oportunidades en la vida y provoca un daño físico y psicológico enorme, pues las niñas y las adolescentes tienen la esperanza de poder crecer sanas, fuertes y seguras y que pueden tomar decisiones libres e informadas sobre su sexualidad, salud y su futuro y vivir sus vidas sin el peso y la responsabilidad de un bebé y no verse condenadas a ser madres.

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