Querido lector, ahora soy una mujer divorciada, con un poco más de edad, más experiencia y menos tonta. Estoy un poco más delgada, tengo el cabello cortado a la altura de los hombros y me cambié el color; ahora soy rubia. Me duermo más temprano y ya no trasnocho como antes. Ahora duermo más tranquila y en las mañanas no tengo que fingir que estoy dormida para evitar que Bernardo, mi exesposo, se levante y me diga que me la quiere chupar. Él fue uno de mis clientes: Es ingeniero. Alto, moreno, con un poco de sobrepeso, de boso y unas cuantas canas. Iba dos veces por semana. Era un hombre sólo y de pocos amigos. Cuando me visitaba me contaba que estaba cansado con sus más de 200 empleados y buscaba sentirse bien. Tenía diabetes, por lo tanto, nunca tenía una erección. Él disfrutaba tocándome las tetas y abriéndome la vagina para tocarme el clítoris y olérmelo. Sólo hacía eso. Se quedaba horas haciéndolo.
Cierto día, me invitó a cenar y acepté. Me puse un jean azul de pretina alta y un buso holgado de color beis. Tocaron mi puerta y era el conductor de él. Al salir de mi casa, estaba Bernardo con rosas y un par de chocolates. Le sonreí y me subí al carro. ¿Hacia dónde quieres que vayamos?, preguntó. No sé, sorpréndeme – respondí. Entonces me llevó a un clásico restaurante a las afueras de la ciudad. Nos sentamos en la terraza y pidió un vino. Me conoce, pensé. Mientras él me contaba a cerca de su vida, mi cuerpo no dejaba de sentir frío y mis pezones se erectaban. Bernardo no paraba de mirarme los botones que se me marcaban por encima del buso. El viento parecía que estaba en mi contra. Cada vez hacía más frío y se venía a mi nariz el olor a piel oxidada, pero su conversación compensaba todo. Hablaba de política, literatura, etiqueta, licores y de música. Imposible no escucharlo. Horas más tarde me pidió que nos fuéramos de allí para un lugar más divertido, entonces nos fuimos a bailar.
Me incomodaba las miradas de la gente; era notoria la diferencia de edad entre los dos. Me tomé un par de tragos y bailé con mi compañero, la noche estaba divertida. Por un momento nos hicimos cómplices de aquel momento. Al salir de allí, me llevó a casa y nunca más volvió a agendar una cita. Ahora se portaba respetuoso y con el paso del tiempo me pidió vivir con él. Me gustaba el trato de Bernardo; era todo un caballero, simpático y su inteligencia me derretía, aunque sexualmente no me sentía cómoda con él.
Cierto día ambos compartimos un vino y de momento sentí que mi vulva se empezó a contraer. Fui al baño, me bajé los calzones y pasé un trozo de papel higiénico por el medio de mis labios vaginales para secar mis fluidos. Estaba súper mojada, mi clítoris parecía hincharse y mis labios se deslizaban cuando caminaba. Estaba muy caliente. Me subí los panties y al verme al espejo se marcaban mojados. Abrí la puerta del baño, para salir de ahí y en frente mío estaba Bernardo. Lo miré a los ojos y reflejaban un morbo intenso. Me cogió de la mano y me tiró a la cama. Me quitó los zapatos, las medias y me pasó su lengua por el medio de cada dedo de los pies. Era imposible no gemir. Me desabrochó el jean y me lo bajó rápidamente, lo tiró a un lado y me corrió la tanga empapada hacia un lado. Me abrió la vagina y acercó su nariz para olérmela como de costumbre. Pasó su dedo anular por mis labios mayores, lo subió y lo bajó lentamente, hasta que lo metió en forma de gancho para sacar mis fluidos, lo introdujo a su boca y expresó ¡Qué rica estás!
Estiró su grande mano, por uno de mis senos y lo acarició suavemente, lo amasó fuerte y de repente vino hacia mí para lamerme la axila ¡Me tenía cachonda! Bajó nuevamente a mi vagina y subió mis piernas a sus hombros, levantó mi pelvis con sus manos y embutió su lengua dura por mi estrecha vagina, la movió rápidamente y en segundos tenía toda mi leche en su boca. Salió de ahí y mis fluidos se deslizaban por su rostro. Entonces miró mi vagina nuevamente, volvió a lamerla y se masturbó hasta que llegó el momento de explotar.
Bernardo durmió toda la noche con su nariz entre mis piernas.
Confesión de Aileen Mar