“El sexo resulta una pieza fundamental de la historia, ya sea por su carga moral, por su peso narrativo o por su carácter condenatorio.”
Federico Andahazi
Caminar en línea recta, fragmentarse en el proceso. ¡No pensar! ¡No desear! ¿Qué es lo bueno? ¿Qué es lo malo? Consumo responsable; yo autónomo, elección, culpa, redención; fetiche, libertad de pensamiento, deseo, pasión, amor, enfermedad.
¿Qué cambia en el proceso de nuestro desarrollo desde el mismo instante de nuestro nacimiento hasta llegar a la “madurez”, si la psiquis sucumbe a la tendencia inicial de simplemente alucinar? ¿En qué momento nuestro cerebro se reprograma y adquiere información que guarda y deja salir como el último término del desarrollo, y relegando a la pulsión parcial la posición de un perverso a domar, en un esfuerzo correctivo, todo nuestro comportamiento? La cuestión se vuelve difícil, y es concebir lo que se procesa como una verdad absoluta para quien vive sometido a sus sombras. Porque buscar en el mundo exterior, de hecho, los medios para promover la satisfacción y el principio de la realidad, sería responsable de este vínculo con el mundo de los objetos sensibles.
La evolución del pensamiento, de la maduración, hacia el objeto genital y la sexualidad en función de reproducción. Nacimos sólo para reproducirnos. ¿O es válido sentir, explorar hasta llegar al placer como una formación intermediaria en el diálogo entre el cuerpo y el mundo? Porque ese diálogo es brutal, porque la luz del mundo es ofuscante y las exigencias del cuerpo son tiránicas y si no tuviésemos esa formación amortiguadora de los choques que está constituida por el psiquismo, consciente e inconsciente, estaríamos todavía en un estadio pre-humano. Nada ocurre en el devenir de los seres vivos que su constitución genética no permita. Pero también sucede que la constitución genética no determina desde sí el curso que sigue del vivir de un organismo, sino que el curso del vivir de cada ser surge momento a momento en el entrelazamiento recursivo de su constitución genética y las circunstancias que le toca vivir desde su concepción. O sea, el sujeto se constituye en ese diálogo entre el cuerpo y el mundo, en la interrelación pulsión-objeto-cultura. Porque el hombre es un ser esencialmente simbólico y esa formación intermediaria llamada psiquismo resulta de las transformaciones simbólicas de nuestras pulsiones, deseos y emociones.
¿Es nuestro cerebro el culpable de todo? ¿Somos nuestro cerebro? ¿Qué tan auténticos podemos llegar a ser si actualmente está establecido que el cerebro es la base de la mente y que entre los dos hemisferios que lo forman existen diferencias anatómicas y funcionales?
Parece también plausible aceptar que en el futuro las exigencias con las que se ha de enfrentar el cerebro humano de hombres y mujeres condicionarán su modo de razonamiento, posibilitando capacidades y aptitudes, modos de pensar, sentir y comportarse. Sociedades y culturas más simétricas y equilibradas, con roles y profesiones compartidas por personas de uno y otro sexo también dejarán su impacto en la conformación física del cerebro y, por tanto, en los tipos y modalidades de mentes de hombres y mujeres.
El gran salto teórico dado por Freud (1905) fue comprender que la sexualidad humana a partir de su “apoyo” sobre las pulsiones de autoconservación, adquiere su propia autonomía. Así, zonas originalmente destinadas a satisfacer funciones vitales adquieren una erogeneidad que a partir de entonces buscará sus propias formas de placer. Sobre la representación de estas experiencias primitivas de satisfacción se va a constituir el deseo sexual, que buscará incesantemente eso, su satisfacción (valga la redundancia). El deseo es entonces, esencialmente, una moción psíquica (Laplanche, 1982) que dará el sentido de la búsqueda objetual (Kristeva, 1993) y de la fantasía inconsciente. La fuerza dinámica de la pulsión, transformada en deseo, irá en búsqueda del objeto original jamás reencontrado. Así se articula lo corporal y lo psíquico. Pero es partir de la constitución de sustitutos simbólicos del objeto deseado y de la posibilidad de postergación de la satisfacción inmediata que se estructurará lo inconsciente y lo preconsciente con su extensa red simbólica. Esa presión que viene del interior, en buenas condiciones de simbolización, se transforma de manera constante, ampliando la mente infinitamente. Esta red simbólica es nuestro psiquismo y nuestra vida psíquica. ¿Hasta qué punto, por jemplo, la persona fetichista está a gusto con lo que vive, siente y anhela? Porque, para sentir placer se debe esconder de sí mismo y, en la oscuridad de su existencia, buscar lo que no es aplaudible para los demás. Construimos las enfermedades buscando el concepto de remedio. Para tratar con estos obstáculos, cada cultura desarrolla con el tiempo sus instrumentos protectores, que sirven de escudo ante el caos.
El deseo sexual sopla donde quiere y cuando quiere y no somos libres para sentir, sólo somos libres de hacer o no hacer.
Lo sexual que no pase por la elaboración simbólica (amor) se transforma en placer sin satisfacción, pura descarga condenada a la compulsión adictiva por la imposibilidad de satisfacción del deseo en el terreno de lo mental. Es un momento de crisis fundamental. Pero por esto mismo, también es un momento de oportunidades fundamental; un momento en que, mientras luchamos por crear para nosotros y nuestros descendientes nuevas formas de pensar y vivir, mujeres y hombres de todo el mundo cuestionan muchas de nuestras suposiciones más básicas.
Bueno o malo, el tiempo lo dirá. Si se trata de sentir placer, cada quien se somete al reglamento imperial de su cerebro.